La hipersexualidad es una preocupación excesiva por fantasías, impulsos o conductas asociadas a la sexualidad que son difíciles de controlar, provocando angustias o afectando de manera significativa la funcionalidad de la persona en diferentes aspectos de su vida; comenzando en algunos casos con visitas para revisar páginas pornográficas en internet o algunos clubes nocturnos, posteriormente la visita se torna en experiencias de contacto cada vez más frecuentes, hasta que de pronto, ante la mínima frustración o detonante, se recurre a la fuga o compensación mediante el contacto sexual de corto placer.
Los modelos explicativos de ésta son: modelo impulsivo, compulsivo, adictivo y aprendido. Es necesario conocer a profundidad la historia concreta de quien lo sufre y no tanto de la necesidad de tener un modelo que aplicar a la realidad, porque en una misma persona se dan las cuatro expresiones o a veces ninguna; éstas tienen que ver con la frecuencia y el trasfondo de la conducta.
Algunas veces la persona comienza a realizar determinadas conductas sexuales de forma impulsiva, posteriormente la ansiedad y angustia se calman a través de estas, de forma que favorece el desarrollo compulsivo de las mismas y progresivamente se produce una adicción al sexo en todo este marco de desarrollo de costumbres determinadas.
El valor de lo sexual está presente desde la infancia y sus tabúes, así como el bombardeo sexual de la mercadotecnia que puede volverse un anestésico para la creatividad, para la conciencia, para el criterio personal y en ocasiones en el profesional.
Ocasionalmente nos extrañamos de cosas que ocurren y saltan en los medios de comunicación, como el titular: “Un niño de once años violentó a un animal sexualmente tras ver pornografía en internet en Veracruz.” Las investigaciones logran concluir que el niño imitó algunas de las prácticas con que se había topado en internet, sin embargo, socialmente se espera que este niño y muchos más como él puedan disfrutar de una vida adulta “normal” con relaciones “normales”.
Todavía hay miedos y tabúes, tanto por temor a entrar en un terreno de la intimidad que se está vetado por la creencia de que no se puede evaluar clínicamente la vida sexual de los demás.
No se trata de juzgar y criticar, ni de imponer unos patrones determinados, sino de evaluar desde una perspectiva profunda, científica, médica, psicológica, antropológica y social, con respeto de la vida de cada persona, por su proyecto de vida, de sus intereses y sus creencias.
Existen conductas sexuales que no son favorables para la persona, que dañan a sí mismo y a otros, que son perniciosas en sí mismas.
A veces se encuentran a personas que, por rechazo a la hiperexposición de lo sexual, niegan aspectos normales y saludables de la sexualidad.
La distorsionan porque ya no saben qué es sano, qué no, qué supone afecto y respeto y qué es intrusivo o agresivo.
Ante la duda se prefiere no arriesgar y se pierden la riqueza de una dimensión importante de la persona. Otros, por diferentes problemas complejos también se convierten en anoréxicos sexuales.
Aquel o aquella que tiene problemas de compulsión en la conducta sexual, que le genera dificultades en su trabajo o en la relación con su pareja, con los demás o que le provoca malestar, sepa que puede recibir ayuda, que tiene derecho a ella con una atención integral especializada.
La sexualidad no debería de ser un tema tabú, sino algo conocido, hablado, que se puede solucionar.
Psic. Octavio Ramos
Manejador de Casos – Oceánica
Ced. Prof. 11691728