La familia es considerada un sistema en el cual sus integrantes se interrelacionan a través del cumplimiento de roles de acuerdo al lugar que ocupan dentro del grupo. Así como el individuo pasa por un proceso personal de desarrollo a lo largo de su vida, atravesando por etapas que lo confrontan con nuevos retos para alcanzar la madurez necesaria y transitar satisfactoriamente a la siguiente etapa, el sistema familiar cumple a su vez un ciclo evolutivo o de desarrollo representado por diferentes etapas cuyas metas deberán cumplirse de manera satisfactoria para con ello promover el desarrollo saludable del sistema y los individuos que forman parte de él.
Una de las etapas, que generalmente es considerada en el sistema familiar como una de las más importantes, es la llegada de los hijos. Posterior a la consolidación de la pareja, una de las siguientes expectativas o metas a alcanzar, es ampliar el sistema familiar con la llegada de los hijos. Esta nueva responsabilidad, en donde la pareja tendrá que dejar de verse a sí misma para ver al nuevo hijo, tomará toda su atención, tiempo y energía durante los próximos años hasta que el hijo, con el amor y la formación de sus padres, logre la madurez suficiente para autorresponsabilizarse y tomar su propio camino.
En la actualidad, es común encontrar que esta etapa de permanencia de los hijos en casa se extiende cada vez más, esto debido a que con mayor dificultad los hijos logran desprenderse emocional y físicamente de los padres, haciendo que la etapa de los hijos en casa se prolongue junto con la responsbailidad de los padres sobre ellos. Al prolongar el desprendimiento de los hijos para que éstos logren concretar sus propios objetivos, se obstaculiza sin duda la llegada de una siguiente etapa, que aunque por ser un nuevo momento en el ciclo vital de la familia y pueda representar nuevos retos, es fundamental para el sano desarrollo emocional de los padres.
Sin embargo, en un proceso normal evolutivo del sistema familiar, llega un momento cuando los hijos deciden tomar su propio camino y con ello empezar a crear sus propios objetivos fuera de casa. En este momento los padres, en que por fin podrán estar solos, enfrentarán nuevos retos que requerirán de cambios en sus roles y actividades cotidianas para lograr llegar a esta siguiente etapa de manera saludable.
Esta etapa en la cual los hijos salen de casa para formar sus propias familias o desarrollar sus propios proyectos de vida, es generalmente conocida como la etapa del nido vacío. Ante la separación física de los hijos, los padres se encuentran en una situación de crisis o proceso de cambio en la cual deberán reorganizar a nivel individual sus necesidades de tal forma que logren crear nuevas motivaciones y objetivos para los años que se aproximan. De igual forma que este proceso individual de restructuración se vuelve necesario, la pareja tiene en esta etapa una nueva oportunidad de reencuentro y planeación de metas en común.
La resolución favorable de la etapa anterior dependerá de diferentes factores que se hayan presentado en el núcleo familiar como el tipo de vínculos que se establecen con los hijos, qué tan fuertes o frágiles son éstos, la educación, la clara asignación de roles y responsabilidades, así como el proceso personal de cada integrante en donde se pueden desarrollar tendencias a la dependencia. El conjunto de diferentes factores determinarán la forma en que la transición de una etapa a otra se lleve a cabo y si ésta logra ser exitosa o no. El lograr una sana separación de la familia de origen, podrá permitir a los cónyuges comprometerse a lograr el fortalecimiento de su identidad como pareja y su nuevo proceso de individuación.
Por el contrario, en algunos casos esta separación de los hijos puede vivirse de manera disfuncional e incluso propiciar el desarrollo de síntomas como tristeza, sentimiento de soledad, vacío o desmotivación, que pueden provocar dificultades en el fortalecimiento o reencuentro con la pareja, así como una significativa dificultad para encontrar nuevas actividades placenteras u objetivos propios del nuevo reto de vida. Aunque se habla de que este tipo de alteraciones son más frecuentes en las mujeres, es posible que algunos hombres puedan manifestarlo debido a vínculos cercanos o dependientes que hayan desarrollado con uno o más de sus hijos.
Un sentimiento común cuando la pareja se vuelve a encontrar sola sin los hijos es el miedo, que aunque puede percibirse como malestar, se presenta como un proceso normal de reencuentro y de la nueva expectativa que surge como pareja. Si existe atracción física o intimidad, si se pasa mayor tiempo con la pareja al tener menores responsabilidades laborales, si podrán coincidir sus expectativas de vida en esta nueva etapa, entre muchos otros cuestionamientos propios de un momento diferente en el ciclo de la vida. Los cambios son nuevas oportunidades que requieren del individuo y la pareja la toma de decisiones y responsabilidades, que de adoptarse saludablemente serán pronóstico de una etapa entrante llena de satisfacciones y crecimiento.
¿Qué hacer cuando identifico que al estar viviendo esta etapa de la salida de los hijos de casa, lo vivo con mayor malestar o con alguno de los síntomas mencionados anteriormente?, pedir ayuda es fundamental. Acercarse a un profesional de la salud emocional promoverá la resolución de obstáculos que no estén permitiendo la transición de manera saludable y será quien guiará hacia diferentes alternativas para la reestructuración de motivaciones y objetivos personales y de pareja. Es importante recordar que toda crisis es una oportunidad de cambio y los cambios, si así lo orientamos, favorecerán nuestro crecimiento como individuos, pareja e integrante del sistema familiar.
Sugerencias: Leer sobre la Codependecia, ¿Te amo o te necesito?