En la actualidad mucho se comenta sobre el cambio en comportamientos y actitudes que se ha manifestado de una generación a otra, escuchando frases como “en mi tiempo esto no sucedía, la gente no se comportaba de esa manera”, nos volvemos prejuiciosos y creemos que la conducta que nos genera conflicto en la otra persona sólo está relacionada con su actual presente y que de modificar su entorno podría tener algún cambio, sin embargo, lo que dejamos de percibir o minimizamos, es que ese comportamiento e incluso nuestro propio prejuicio, se ven influenciados por aquellas situaciones sin resolver en una etapa más temprana de nuestra vida: la niñez.
El ser humano y su conducta, ha sido objeto de estudio de muchas disciplinas (ciencia, religión, filosofía), muchos investigadores han tratado de explicar, por ejemplo, el porqué de ciertas enfermedades o sintomatología, hasta el cómo elegimos una pareja y formamos una familia; John Bowlby, un psicoanalista destacado en su trabajo, describe la importancia de esos primeros vínculos con nuestros cuidadores y cómo esas primeras interacciones determinan la clase de relaciones que estableceremos en un futuro, no sólo con el mundo exterior sino con nuestro mundo interno, tomando decisiones y haciendo elecciones que pueden ser incomprendidas por quienes nos rodean, pero que en nuestra psique encajan en una perfecta lógica para llenar aquellas necesidades que no fueron satisfechas.
Durante nuestra infancia, desde el momento en el cual somos concebidos por nuestros padres y en el desarrollo de los primeros años de nuestra vida, somos dependientes de otras personas, estas personas son las encargadas de proveernos y apoyarnos para cubrir aquellas necesidades que, de acuerdo con Maslow, son básicas para nuestro desarrollo y que podemos agrupar en: físicas, de seguridad y de afiliación. Por otro lado, sabemos que no existe un gen que nos ayude a ser buenos padres, nuestros padres nos dieron lo mejor que pudieron darnos, pero es posible que cuando niños, se nos haya negado o privado de ciertas muestras de afecto, reconocimiento, aceptación, ó tal vez de límites, lo cual, al crecer y desenvolvernos socialmente, comienza a generarnos un conflicto.
Hablemos sobre el primer grupo de necesidades, las “físicas”: el crecer en un medio donde fuimos despojados de algo tan básico como la alimentación, o por el contrario, se nos alimentó excesivamente, puede generar en nuestras relaciones futuras, un patrón de conducta de cómo nos vinculamos e incluso externamos el amor; como ejemplo podríamos brindar aquel donde padres primerizos que emocionados por tener a su primogénito, comienzan a saciarlo con comida para disminuir la misma ansiedad que a ellos les provoca el cuidado del niño, impidiendo en el bebé, procesos de desarrollo cognitivos que se generan a temprana edad. Es claro que también el alargar los intervalos de tiempo en la alimentación producirán en el infante la sensación de abandono y descuido. Estas primeras carencias en la resolución adecuada de las necesidades básicas, propician heridas como miedo al abandono y a no ser merecedor.
Las necesidades de “seguridad” y afiliación” al verse afectadas, es decir, al no ser satisfechas adecuadamente por los padres, desencadenan muchas de las carencias emocionales que el ser humano comienza a llenar en la adultez, por lo general de manera insana. Para cubrir estas necesidades el niño necesita: 1) sentirse protegido, 2) amor incondicional y 3) reconocimiento. El infante al ir creciendo y teniendo mayor independencia, logra realizar actividades como aprender a caminar, hablar, ir al baño, a comer solo, y empieza a desarrollar su seguridad y autoestima, es entonces cuando el cuidador debe proveer con amor, apoyo y limites estables, que le permitan desarrollar herramientas emocionales para afrontar y relacionarse saludablemente con el mundo. Sin embargo, cuando durante este proceso de aprendizaje, encontramos descalificación, negligencia, falta de comprensión/empatía, incluso agresivas llamadas de atención por accidentes que el niño tenga durante su desarrollo, éste las incorporará a su autoconcepto afectando su parte emocional y pudiendo llegar a convertirse en un adulto inseguro, temeroso a la crítica y con miedo al rechazo.
Un adulto que desarrolla problemas de adicciones, conductas de alto riesgo, depresión, ansiedad o cualquier malestar que le impida sentirse feliz, tendrá dentro de él un niño herido que creó, a su propio entender, una forma de sobrevivir para protegerse y llenar esos vacíos emocionales.
Todo ser humano posee su propia historia de vida y experimentó carencias durante su niñez, esto es algo casi imposible de evitar, sin embargo, el adulto que es ahora, consciente del daño que eso le provoca, adquiere la responsabilidad de sanar, en ese niño interno, todas aquellas heridas que le fueron generadas, y llevarlo al punto de aceptación del pasado y la reparación del presente, para así evitar continuar con conductas y relaciones autodestructivas.
En palabras de Elizabeth Kubler-Ross. “Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, conocido la pérdida, y han encontrado su forma de salir de las profundidades”.
Psic. Karla A. Carvajal Rivera.