El ser humano por principio lógico y natural da todo por quien ama y trata de protegerlo de cualquier riesgo, aunque ignora que esta entrega debe tener sus límites. Sin embargo, éste vínculo llega a desarrollar la patología del amor: la sobreprotección, y ésta siempre es una especie de arma de doble filo. Por un lado, encontramos el amor profundo y sincero por la otra persona: una pareja, papás, hermanos, amigos, entre otros; y, por el otro, tenemos una dimensión más compleja donde se confunde el amor con la casi dominación, la función de ésta no solo es cuidar y proteger, sino someter, controlar e invalidar al otro hasta la exasperación. Hasta no dejar desarrollar y actuar su autonomía y hacer mínima la oportunidad de cualquier desarrollo y madurez, emocional o personal.
El mensaje oculto dentro de la sobreprotección es: hago esto por ti porque nadie más puede hacerlo. Y porque en realidad, tú tampoco serías capaz de cuidarte de ti mismo. Definitivamente, amar no es controlar. Querer no es llevar hasta el extremo la sensación de protección; amar es aprender a dejar espacio, a fomentar la libertad y, sobre todo, a confiar.
La sobreprotección impide adquirir recursos para hacer frente a las crisis, a las pérdidas, los cambios, la enfermedad y la muerte. Los niños sobreprotegidos se convertirán en adultos que sólo estarán preparados para vivir en entornos protegidos o para las situaciones de éxito. Cuando aparezcan los primeros conflictos y frustraciones, no sabrán cómo gestionarlos y se sentirán fracasados, inferiores e injustamente tratados por la sociedad, por los amigos, los padres, la vida… Siempre habrá un culpable que los reafirme en su rol de víctima. Es difícil renunciar a ese lugar de privilegio y “comodidad”.
Educar en la responsabilidad es más lento y difícil. El sentido de la responsabilidad no se construye de forma espontánea. Sergio Sinay lo dice muy claramente: “Ser padre es crear una vida y hacerse responsable de ella, instrumentándola para que encuentre su propia autonomía y su cauce en el mundo…/… Lo hemos engendrado no para dejarlo a la deriva, náufrago en el mar de la existencia, sino para guiarlo y educarlo. No es un juego, es una responsabilidad, cuya deserción cobra precios altos”.
Lo mismo ocurre con las parejas que tratan de resolver todo al otro y reducir el mundo a una relación. El objetivo es claro: convertirse en imprescindibles para el otro, crear la idea de que sin ellos no serían capaces de sobrevivir por sí mismos. Esto, es una gran proyección, ya que son aquellos que desempeñan el rol de salvador quienes tienen miedo a ser abandonados, a la soledad. Son ellos mismos quienes creen que no podrían vivir sin su pareja y, por miedo a la pérdida, luchan por convertirse en imprescindibles para el otro. En la gran mayoría de los casos, no se es consciente de cómo estos roles (salvador/víctima) les están condicionando como personas individuales y como pareja. Cuando alguien externo a ellos lo señala o sugiere, pueden sentirse ofendidos, pues quien hace de salvador no ve en sus actitudes más que “buenas intenciones” y quien hace de víctima se resiste a perder su posición de privilegio. Y, aunque, podemos escucharlos una y otra vez desde la queja, se resisten a abandonar sus lugares porque esto implicaría tomar la decisión de cambiar y arriesgarse a tener una relación desde la libertad de elegir si estar o no. Otros, sin embargo, y habiendo llegado a una situación límite, optan por el cambio y se descubren uno al otro, regalándose una nueva forma de relación positiva y enriquecedora.
Lo mejor que podemos hacer es ayudar a otros a crecer, apoyarlos en su desarrollo, permitirles dar los pasos necesarios por ellos mismos, pero sin cargarlos, esa es la única manera de mostrar verdadero interés por las personas y demostrar que en realidad los amas y quieres lo mejor para ellos. La mejor manera en que puedes identificar si estás apoyando a alguien o estás cargando con su dificultad, es claramente por las sensaciones tan diferentes que una y otra actitud despiertan en ti. Cuando asumo lo del otro, sobreempatizo, me desbordo emocionalmente intentando ofrecer una solución, me siento agobiado, incluso a veces, presionado (por mí mismo, por el otro o por ambos). Cuando respeto lo que es, cuando escucho y apoyo, puedo empatizar y acompañar ofreciendo mí apoyo incondicional al otro. En muchas ocasiones, minimizamos el valor de la escucha, la atención, el apoyo, compartir nuestro punto de vista, si lo hacemos desde el respeto a éstas habilidades, estaremos demostrando sanamente nuestro afecto y confianza en la capacidad del otro para hacerse responsable de su vida.