TUS HIJOS, TU REFLEJO

 

¿Cuántas veces como padre o madre te has cuestionado cómo es la relación con tus hijos?, ¿Por qué sentimos que a veces hay “algo” que te desagrada de tu hijo, que te saca fácilmente de tus casillas?, ¿Por qué te falta comunicación con tus hijos?, ¿Porqué para algunos padres es tan difícil amar saludablemente a sus hijos?, ¿Por qué te empeñas en cambiarlo a tu manera?…

Los padres proyectan en sus hijos, de manera inconsciente, la parte que no quieren ver en ellos mismos, lo que no aceptan, sus frustraciones y los sueños no realizados. Darte cuenta qué te está pasando con tu hijo te abre la puerta a la posibilidad de llevar una mejor relación contigo mismo y en consecuencia, con él. Pero para reconocerlo es necesario ser valiente, ya que para comprender más a fondo la relación con tu hijo, necesitas conocer primeramente tus mecanismos de defensa, es decir, los medios que utilizas inconscientemente para afrontar situaciones difíciles, disfrazando o rechazando la realidad para reducir la ansiedad que ésta te provoca.

Hablaremos primero sobre la “proyección”, que no es más que la forma de atribuir a otros lo que le pertenece a uno mismo, de tal forma que lo que percibimos de otra persona es en realidad algo que nos pertenece, ya sea algo bueno o malo.

Otro mecanismo de defensa seria la “negación”, que se refiere a  no aceptar la realidad, tanto externa como interna, porque resulta amenazante y por lo tanto difícil de reconocer, ya que una vez que se reconoce que existe un problema se debe hacer algo al respecto, y esto implica muchas veces cargas enormes de miedo, culpa, impotencia y tener que tomar decisiones drásticas para las que creemos no estar preparados.

El inconsciente juega un papel muy importante dentro de todo esto, ya que su función es proteger y resguardar todo aquello que nos es difícil o doloroso de enfrentar, es el cofre de tesoros no descubiertos donde se encuentran los recuerdos y aprendizajes, de igual forma, también nos ayuda a cerrar asuntos inconclusos personales y nos puede proporcionar todo el potencial necesario para la sanación y el cambio, siempre y cuando tengamos la disposición de buscar la ayuda que necesitamos.

En toda familia se encuentra el hijo responsable, dócil, maduro, el que no da problemas, y la relación con él fluye muy fácilmente; y está el otro hijo que es lo contrario: rebelde, voluntarioso, desobediente e irresponsable, y nos es muy difícil tener una buena comunicación con él. Este hijo es el que nos hace madurar, aprender y crecer como persona, el que nos hace buscar ayuda en libros, terapias, y el que fortalece nuestra parte espiritual. Nuestros hijos pueden ser verdaderos maestros si podemos reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que sucede con ellos, o a través de ellos, entonces podremos llamarles nuestro espejo.

Regularmente, algunos padres sienten rechazo hacia los hijos, la primera razón es su condición humana, ya que el padre lleva una historia personal, con limitaciones, miedos, conflictos, necesidades insatisfechas, y a veces, por razones muy simples o muy complejas. Los rechazos más comunes hacia los hijos son: por ser del sexo opuesto del que el padre deseaba, ser el patito feo de la familia, el hijo diferente a los demás, el que nació cuando no se deseaba, etc. Esto puede dar pie a la sobreprotección, intentando disminuir un poco la culpa que nos provoca el sentimiento de rechazo.

En ocasiones intentamos cambiar al hijo, ya sea que le imponemos que estudie cierta carrera o haga cierta actividad que al padre le agrada, justificando que es lo mejor para el hijo, ahí es donde se pueden ver los sueños no realizados que tuvo en el pasado y que desea lograr a través de él.

Decidir ser padre es adquirir un compromiso y no una obligación, por lo tanto debería ser una elección voluntaria personal para involucrarse en cuerpo y alma en su formación. Ser padre es la responsabilidad más sagrada que adquirimos en la vida.

Cuando tienes la idea de que tus hijos te deben lo que haces tú por ellos, lo expreses o no, sin lugar a dudas no estás cumpliendo la función de proveerlos desde el alma. Amar a tu hijo significa que puedes sentir y mostrar todos tus sentimientos de amor, aprobación, alegría, así como también tu enojo, desaprobación y tristeza, respetuosa e incondicionalmente.  Significa saber cuándo ayudarlo y cuándo dejarlo que se enfrente sólo a las consecuencias de sus actos; significa que entiendes cuándo su alma ha elegido vivir una experiencia y le permites que la viva. Dicho en otras palabras, es estar a un lado del él y no enfrente o detrás. La mejor forma de garantizar ser buenos padres, es ser padres felices, ya que cuando los padres tienen amargura en su vida, la trasmiten a los hijos, porque “nadie puede dar lo que no tiene”.

Expresa tu amor, recuerda cuánto amas a tu hijo y díselo. El poder del contacto físico es muy importante: un abrazo, una caricia, un beso. Cuida tus palabras, no es lo mismo, “todo de ti me desagrada”, en lugar de, “no apruebo tu comportamiento”.

 

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