¿PORQUÉ ES TAN DIFÍCIL FUNCIONAR EN PAREJA?

 

Parte 2


 

En la entrega anterior revisamos que una pareja está constituida por personas distintas, que tienen diferentes juegos de valores y precisan adaptarse uno al otro en materia de horarios, preferencias, trabajo, sexualidad y expectativas. Es bastante complicado llevarse bien en situaciones cotidianas; pero lo es aún más frente a condiciones inusuales, por ejemplo, la relación de una pareja está sujeta a cambiar cuando tiene un hijo: la llegada de un nuevo bebé señala la necesidad de reajustes en afectos, espacios, horarios, roles, y la asignación del trabajo de la casa. El cómo las parejas manejan estos cambios, determina la clase de ambiente que crean para que su hijo crezca.  Para que los padres críen exitosamente a sus hijos, deben cuando menos entender qué clase de pareja constituyen, porque a mayor conocimiento de lo que somos como pareja, entonces, podremos actuar más convenientemente e influir en nuestros hijos.

Robert Ringer, afirma acertadamente: “La gente dice AMAR la verdad, pero en realidad lo que quieren es creer que lo que aman es verdad”.

TIPOS DE PAREJA

A continuación presento algunos dilemas que las parejas enfrentan y que permiten a la Dra, Silvana Rohana clasificarlas en 6 diferentes tipos, con base en cómo intentan resolverlos.

  1. La pareja incomunicada – esta pareja no se halla en condiciones de establecer líneas de comunicación funcionales, incluso cuando no pelean, no se comunican bien. Al irse separando, cada uno se ve más y más absorbido por sus propios intereses. La mujer puede involucrarse demasiado en la casa o con los niños; y cualquiera de los dos puede poner de pretexto el trabajo y otras actividades como medios para distanciarse del otro. Cuando la comunicación diaria se rompe, cada uno de ellos crea un mundo personal de fantasía. El esposo puede hundirse en profundas inseguridades, mientras tanto, la esposa puede suponer que ya no le importa a su marido, pero en realidad es él quien se siente completamente abandonado. Adam Smith lo explica muy bien cuando dice que: “la indiferencia del afuera es tan terrible que puede llegar a matar”.

En este punto, cualquier miembro de la pareja puede verse comprometido en relaciones extramaritales para aminorar sus sentimientos de aislamiento y soledad. El peso emocional de la soledad y la ansiedad de cada cónyuge, podría aligerarse con tan sólo una palabra (perdóname, discúlpame, no fue mi intención…) que alejara la desesperación y el resentimiento; sin embargo, ellos siguen fomentando y alimentando estas emociones negativas, evadiendo toda responsabilidad, y lo más grave, evadiéndose y distanciándose cada vez más el uno del otro.  Esta clase de situación hace más difícil para cada cónyuge saber lo que de hecho están sintiendo: alejados de sí mismos, comienzan a vivir vidas ajenas, temerosos de mostrarse tal y como son.   A lo que estas personas temen realmente es al rechazo y al abandono, así que se comunican de manera superficial, sosteniendo conversaciones vanas sobre las noticias del mundo o sobre el clima, pero teniendo siempre el cuidado de no mostrar su ser interior.  Solitarios y aburridos, se ignoran mutuamente, y entonces se sienten más solos, más aislados y más abandonados. Poco a poco, su amor se transforma en bruma, en neblina, lo que hace muy difícil encontrar el camino de regreso. Concentrarse en cualquier actividad se vuelve casi imposible; ambos cónyuges se sienten intranquilos y atrapados y, peor aun, esta situación puede durar años y años.

Los hijos de esta pareja pueden ir de un lado hacia otro entre dos extremos, debido a que no aprendieron a expresar saludablemente el amor. Como sus padres, pueden volverse aislados, cautivos de su vocación o sus intereses externos, incapaces de construir buenas relaciones, o bien, en un intento desesperado por ganar el amor que les faltó de niños, pueden enamorarse de cualquier persona que les nutra esa carencia y así, como sus padres, terminar su relación en fracaso.

  1. La pareja intencional – Esta pareja se comunica únicamente a través de peleas, ya sea para adquirir intimidad y seguridad, o para “probarle al mundo” que pueden ganarse uno al otro aunque sea de manera negativa. Sin darse cuenta, inician peleas para ganar reconocimiento, truco aprendido durante la niñez.

Debido a que presenciaron las peleas de sus padres tan seguido, aprendieron que éstas son un equivalente del amor. Ahora, como adultos, consideran que el acto de pelear parece la única forma de crear lazos sólidos.  El enojo necesita un enemigo y, al menos que definamos quién o qué es el enemigo, pelearemos en contra de algo o alguien, sea o no el causante del enojo.  Esta pareja generalmente no pelea por posesiones o por poder, sino como una forma de expresar sus vínculos. La intimidad que ganan a través de sus reconciliaciones, que por lo general terminan en la cama, les permite decir: “valió la pena pelear por esto; qué dulce es la reconciliación”.

A través de semejante comportamiento se prueban a sí mismos que los pleitos los acercan como por arte de magia. Los motivos para pelear realmente no son importantes, ya que la idea es probar que “a pesar de todo, juntos vamos bien”. Por lo tanto, continúan en un círculo infinito de peleas y reconciliaciones, ya que “después de todo” su relación puede perdurar.

Los hijos de estas parejas están propensos a verse involucrados en peleas en la escuela, o con sus amigos por juguetes, como una forma de obtener reconocimiento. En otro extremo, podrían ser adultos muy pasivos, temerosos de recrear la agresión que atestiguaron durante su infancia.

  1. La pareja dispareja – Esta pareja forja una prolongada lucha por el poder, y algunas veces, pasa su vida entera en combates abiertos o velados. Pelean uno contra otro, ofreciendo y reclamando: Dinero por poder. Afecto por poder. Y eventualmente, poder por poder.

¿Cómo es que algo tan hermoso, gratificante e imprescindible como el amor, llega a convertirse en algo tan destructivo y tan malo en nuestras vidas?

Cada cónyuge ocupa cada momento del día organizando su estrategia de guerra contra el otro. Ninguno de los dos se detiene a analizar la situación; cada uno se aferra a su propia versión de “la verdad”, recurriendo a intensos argumentos. Quieren hacerse enojar el uno al otro con el propósito de mostrar quién es el que manda. Inician peleas arrebatando pertenencias, dinero y afecto: “¡El auto es mío!” “¡Me devuelves mis tarjetas de crédito pero ya!” “¡Ya no te amo!”

Estas personas pasan sus vidas involucradas en guerras emocionales, por lo que ven en todos los demás aliados o enemigos. Pueden ser extremadamente desconfiados de otros, y pensar que quienquiera que esté ayudando a su cónyuge está tratando de privarlos de algo o de dañar su relación de alguna manera.  La situación puede degenerar a tal punto, que los padres tratarán de usar a sus hijos en sus guerras contra el otro para demostrar los alcances de su poder.

Por lo tanto, los hijos son los que realmente terminan perdiendo en esta contienda de rencores, frustraciones y venganzas. Ellos se convierten en espectadores de torneos de gritos y hasta golpes, viendo a sus padres acusarse e inculparse a cada rato. Los niños que viven en este ambiente de rabia, desconfianza e inestabilidad, serán potenciales manipuladores en un extremo u otro. Ellos serán decididamente generosos o envidiosos en grado sumo, buscando dar o conseguir grandes cantidades de afecto o bienes materiales de quien sea, con el propósito de demostrar su poder.

Esta pareja continuará su marcha hacia un triste fin. En algunos casos, ni siquiera la muerte detendrá su guerra. Cuando alguno de los dos muere, el otro se sumerge en una honda depresión, seguida de un periodo de culpa y autorrecriminación. Sin nadie con quien pelear y, por lo tanto, sin ninguna manera de lidiar con su culpa, el sobreviviente, paradójicamente, le otorga al difunto más poder en la muerte que en la vida.

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